Ahora que estoy cansado y con sueño, voy a contar la historia. No me acuerdo mucho, pero la conocí dos veces... una vez en la playa y la otra en otoño, decía que se llamaba Analgesia, pero era en realidad era Alicia. Tomamos vino en la calle y en la arena. En las playas no debería haber ningún problema me decía, pero yo me inquietaba un poco, y su paleta de colores sólo podía molestar a una monarquía campesina. Me era perfectamente sencillo, pero algo de mentira había en ese vino en caja, en el boquete rechupado que me miraba con penita, y me decía: su nombre no es Pereza, es Ilesa. De las gotas que se caían hacíamos chistes sobre dios, y los planetas que no supo hacer. Los animales de la playa se iban a dormir, estaban cansados de esconderse todo el día de la gente me explicabas y yo recién empezaba a entender. De repente, no lo pasabamos tan bien después de todo, tomábamos las peores decisiones para sentirnos un poquito más cómodos del tiempo y salir a comprar nieve sólo cuando llueve. Me parece que la llamaban de otra forma cerca de las multitudes, pero eso no me dice nada, se puso el sol y no lo vimos. De la playa a tomar once, compramos tomates y los dejamos al centro de la mesa para mirarlos. De la once a la siesta, pusimos música para bailarnos.
Al otro día ella sabía que con la luz de las mañanas las personas no se alcanzan a despertar, y que por eso exiten las historias. Porque sabe que cien años después me dirá que se me olvidaron todas y con lo que queda de sonrisas y besosos me las volverá a contar.
Al otro día ella sabía que con la luz de las mañanas las personas no se alcanzan a despertar, y que por eso exiten las historias. Porque sabe que cien años después me dirá que se me olvidaron todas y con lo que queda de sonrisas y besosos me las volverá a contar.